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4 de junio de 2018

Al final, Ludovica tenía razón

 

Por Caroline

Ilustración: Florencia Denis

Durante un par de años, con un querido grupo de compañeras de trabajo, compartíamos la tradición de comprar el libro de Ludovica Squirru el primer mes del año para leerlo mensualmente hasta el final del año chino.

 

Eran predicciones increíbles, a veces extrañas, muchas otras dramáticamente similares a la realidad y, en general, un poco freakies.Pero cursando el año chino del gallo, a esta eximia escritora del horóscopo oriental se le dio por mencionar a menudo el término «wu wei», el cual significa: no acción, no hacer nada; describe un importante aspecto de la filosofía taoísta en el cual la forma más adecuada de enfrentarse a una situación es no actuar, es decir no forzar. También significa «sin esfuerzo» y «crecimiento» las plantas crecen por wu wei, es decir, no hacen esfuerzos para crecer, simplemente lo hacen. El wu wei sería, pues, una forma natural de hacer las cosas, sin forzar su armonía y principio. Quizás, por ser un término chino y una filosofía desconocida yo la interpreté como quise: «todo me resbala, no es mi problema, en definitiva, no me meto ni me involucro ni tomo alguna medida que me genere cualquier tipo de esfuerzo».

 

Pero, evidentemente, la erré por completo. Ludovica se refería a no enfrentarse, a no forzar las situaciones, pero eso no implicaba bajar los brazos, tirar la toalla y acumular estres. Así que, como buen chancho de metal que soy, me quedé retozando en mi chiquero un buen tiempo; gozando con el calor del sol o chillando con la lluvia helada de la montaña. Pero como férrea leonina, mi ansiedad carcomía cualquier tipo de pasividad y estado de sumisión, así es que el chancho jabalí se levantaba endemoniado y el wu wei se iba al carajo.

Con el tiempo, y una serie de encontronazos laborales y personales que me costaron más de un disgusto, pude visualizar ese mensaje de armonía y crisis cero. Pero fue gracias al dolor, a la angustia contenida y a la incertidumbre del rumbo que tomaría mi propio wu wei que comprendí la certeza de alejarme de los lugares donde no encajaba; de dejarme fluir por la voz interior que siempre me decía: «por ahí no es tu camino».

 

Internamente sabemos por donde debemos fluir, pero la urgencia del día a día, las cuestiones económicas y los mandatos paternos y sociales son muy fuertes, y la balanza muchas veces se inclina hacia ellos. Como la niebla del otoño en mi ciudad que cubre la vega durante la mañana y se extingue hacia el mediodía, la verdad se nos presenta ante nosotros cuando nos quitamos la venda de los ojos; cuando sin fricciones dejamos paso a nuestro destino, a nuestra vocación, a nuestros sueños dormidos y le damos para adelante.

El universo ya funciona armoniosamente de acuerdo con sus propios principios. Cuando el ser humano enfrenta su voluntad contra el mundo, altera la armonía que ya existe. «Serás lo que debas ser o serás nada», ya lo decía el General José de San Martín allá por el siglo XIX, y lo confirmó mi amiga Ludovica con su bestselleren en la actualidad.

 

Pero del dicho al hecho hay un largo trecho. Y si bien tengo momentos de lucidez mental que me marcan el destino final, me cuesta tanto mantenerme en ese camino. ¿Quién pudiera tener un personal trainer de la fuerza de voluntad? Alguien que nos vaya marcando la cancha y que nos guie hacia nuestro feliz destino.

 

Pero ¿a qué se le llama destino? Para algunos, la religión les brinda respuestas. Para otros, la meditación o el psicoanálisis. La literatura, la música o la contemplación de la naturaleza también ayudan. Pero la pregunta intrínseca del ser siempre está, y encontrar la respuesta es parte de nuestro gran desafío.

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