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6 de diciembre de 2017
¡Alerta!, un ex en las redes sociales
Por Caroline
Ilustración: Sole «China» Fliess
Con la llegada de las redes sociales, hicieron su arribo fantasmas de otros tiempos: ¡nuestros ex(s)! En mi caso, allá por el 2008, luego de un puerperio extendido de casi un año, decidí crearme una cuenta en Facebook. Y eso que yo era una férrea predicadora de lo peligroso de las redes sociales, de la fragilidad de las políticas de privacidad de estas aplicaciones, de… en fin. Sostenía una serie interminable de teorías conspirativas, pero al poco tiempo, no pudieron combatir mi curiosidad por este libro de encuentros.
No fue más que abrir mi cuenta, subir una foto para el perfil, empezar a autorizar invitaciones pendientes a amigas y familiares ¡y zas! Con diferencia de minutos, alineados en fila, comenzaron a aparecer solicitudes de personajes masculinos de otras épocas. Sentí como si un zoom saliera de adentro de la compu y enfocara mi cara de asombro. Y en mi casa se encendían cámaras ocultas dispuestas a filmar estas aventuras digitales, como en The Truman Show.
Y me perdí los siguientes episodios de estos personajes y allegados porque los bloqueé. La curiosidad nunca disminuye, por el contrario, se incrementa con la abstinencia de información e imágenes. So, me vi de pronto consultando a los amigos de mis amigas y a los amigos de amigos de mis amigos. Un proceso de investigación infernal con escasos resultados. Hasta que varios años después, varias canas y kilos aquerenciados en mi cuerpo, se me pasó esa ansiedad mediática. Creo que algo así nos pasó a varios; que tanta exposición narcisista en el Facebook, Instagram, Twitter, Google fotos, en fin…nos agotó. Se acabó el misterio. Se apagó la chispa de la intriga. Está todo tan manoseado, tan a mano, que no hay necesidad de andar husmeando por ahí.
Es mucho más saludable reunirse con amigas, disfrutar juntas de nuestras aventuras juveniles, de las salidas nocturnas, de los enamoramientos y de las desilusiones que compartimos juntas un par de décadas atrás. ¡Son tan reconfortantes estos aquelarres! Volvemos a proyectar imágenes en blanco y negro, en color y en sepia. Incluso los secretos que hemos compartido quedan flotando en el aire y nos rodea un ambiente cómplice. Estoy segura que los años no cambiarán estas vivencias, puede que no recordemos fechas puntuales o nos confundamos de lugares, pero nada hará que perdamos este espacio de fraternidad.
Y en una de esas, tal vez nos volvamos a encontrar en cualquier rincón de nuestros caminos con aquellos compañeros de ruta, con quienes soñamos, sufrimos, viajamos, pero por, sobre todo, aprendimos a recordar con cariño: a nuestros queridos ex amores.
Los personajes masculinos (muy cancheros ellos con la tecnología) ya habían hurgado mi información y las escasas fotos posteadas; ya tenían armado todos mis posibles escenarios de acción. De ahí que junto con unos ruiditos agudos se abrieron unas ventanas con conversaciones muy «casuales»: el famoso «¿cómo estás, nena?»; «qué lindos, ¿tus hijos?»; «¿te casaste?»; «Ah… ¿Te fuiste a vivir al sur?»… ¡Zaraza y más zaraza! ¡Que me trague la tierra! Pero como buena curiosa le seguí la corriente: «Sí, re lindo, vivir rodeada de naturaleza. Que pim, que pam.»
Todo muy ingenuo, pero una sensación de pecado me invadía el cuerpo y el alma. Toda la educación católica se me vino encima y terminé por cerrar los chats, bloquear a los ex, cerrar sesión, apagar la compu y tomarme un par de mates en el balcón. Tremendo susto me pegué.