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7 de mayo de 2019
Generación X vs Millennials
Por Caroline
Ilustración: Florencia Denis
Yo no soy una «millennial». Nací en los setenta, junto con la primera señal de TV a color y con el último coletazo de los hippies y de la revolución sexual. Creo que por esa época nos llamaban «generación X». Y resulta que éramos (y seguimos siendo) una generación bastante compleja, con muchas contradicciones fruto de la diferencia abismal entre la formación rígida que tuvieron nuestros padres y los miles de métodos educativos que criticaron esa rigidez.
Como consecuencia de esa educación con tanta prueba y error surgimos nosotros: adultos con mucho empuje y un sentido del deber fuerte que vive riñendo contra las reglas impuestas y los modelos en desuso. Somos unos extraños seres acomplejados, llenos de virtudes y habilidades como de incertidumbres y mandatos.
Nos tocó vivir nuestra infancia en medio de la guerra civil, juntas militares, bombas, comunicados de guerra, victorias ficticias y devastadoras derrotas. Llegamos a la adolescencia junto con la democracia y la hiperinflación. Disfrutamos de una juventud liberal, con un dólar tan bajo que nos permitió recorrer el planeta y transformarnos en consumistas del mundo en desarrollo que, de buenas a primeras, se fue al carajo entre septiembre y diciembre del 2001.
Y ahí tuvimos que ajustarnos el cinturón, cambiar nuestros hábitos de consumo, laburar más de nueve horas en trabajos agobiantes y, en muchos casos, cambiamos de estado civil cerca de cumplir los treinta… porque ya era hora de «sentar cabeza».
Los «millennials» (la nueva generación nacida entre 1980 y 2000) en cambio llegaron al mundo con otro chip. Ningún gen de estos jóvenes se vio afectado por «el sentido del deber ser» ni la necesidad de ser aceptados por la sociedad. Para ellos, la principal prioridad parece ser disfrutar de su libertad. Por eso consideran al trabajo como un medio y no como un fin en sí mismo. Para esta estirpe, formar una familia no es una prioridad.
Me da la impresión de que viven en un estado de euforia y juventud eterna. Donde todo está al alcance de la mano y casi no se necesita de esfuerzo alguno. Siento que no les interesa planificar un futuro. Ellos viven en un presente infinito y lleno de oportunidades. Como un gran mercado ON SALE.
No los critico (bueno, eso intento), trato de entenderlos. Reconozco que los admiro y aprendo muchísimo de ellos. Dominan el uso de las tecnologías digitales, toman decisiones sin titubear y abandonan un trabajo bien pago en función de sus sueños. Me encanta el enorme valor que le dan a la amistad; me asombra la facilidad para manejarse con los idiomas, la capacidad de disfrute y de generar nuevos proyectos…
Pero no tengo ninguna certeza del futuro de estos jóvenes siempre niños. No sé si llegaré a conocer a mis nietos, porque no sé si mis hijos querrán tenerlos. No sé si los domingos nos reuniremos a comer un asadito en casa, porque es probable que anden probando suerte en Nueva Zelanda, en Amsterdam, en Calamuchita o en la Quiaca. Por eso, solo me queda disfrutarlos ahora y mimarlos. Aguantarles sus caprichos, compartir aventuras con ellos y temas en Spotify. Porque en menos de lo que pensamos, solo sabremos de ellos a través de Instagram, Facebook y WhatsApp.
Por eso les aconsejo que si tienen un millennial en sus vidas: un hijo, una sobrina, una gran amiga, un compañero de trabajo, aprovechen cada minuto con él. Como se disfruta de las semanas de vacaciones. Porque es sabido que esta cercanía terminará. Que toda la magia que los rodea se evaporará y solo nos quedará una llamada de video virtual.