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Sé que hoy casarse no está de moda. Pero esta historia es para compartir con quienes, en algún momento, con o sin papeles, decidieron convivir con sus parejas y pasar del idílico estado del noviazgo a una realidad diferente: la convivencia.
¿Se han preguntado por qué las personas optan por dejar su departamento de soltero, la casa de sus padres, la pensión con amigos y se embarcan en este proyecto antinatural de compartir la vida con el ser amado (e idealizado hasta ese momento)? Y de golpe y porrazo, cada uno lleva sus petates, su guitarra, cinco tazas de distintos juegos, las plantitas de hierbas aromáticas, el colchón (que permanecerá un buen tiempo en el suelo) y arman algo parecido a un hogar.
Con el primer mate cebado surge la elección del lado para dormir y del lugar destinado a la ropa de cada conviviente. Se colocan las plantitas en el balcón y nos encontramos discutiendo sobre la preferencia del Cable vs Netflix. Gana el cable. Con una mueca en la cara, destapamos el primer vinito para acompañar las empanadas del bar de la esquina y toca el horario de bañarse. Primer signo de alarma: el tipo deja la toalla mojada en nuestro lado de la cama (colchón por el momento) y el calzón húmedo colgado de la percha donde debería ir nuestra toalla. ¿What? Hacemos la vista gorda ante este detalle inesperado porque en breve se viene la noche romántica. Pero la tele de 55 pulgadas parece ganarle al babydoll de raso. ¡Estamos al horno! Los muchachos de ESPN parecen ignorar nuestro look sensual y se meten en nuestra cama a comentarnos los dieciocho partidos de la temporada. Nuestro «amorcito» permanece absorto ante tanta información, seguida del último game del grandslam. «¿Juega Del Potro?», preguntamos. «No, amor, Del Potro perdió, éstos son un croata y un serbio que la rompen». La programación sigue y en el dormitorio desfilan unos tremendos chongos con casco, caras pintadas, calzas plateadas ajustadas y una toallita extraña que les cuelga de la cintura. Dicen llamarse búfalos, águilas, osos, tiburones…yo diría que parecen gatitos tuneados afilándose las uñas. En fin, nos vamos a dormir sin noche de pasión.
En el medio de la noche una gélida oleada nos despierta. Mágicamente nos hemos quedado sin las sabanas y una pierna peluda y pesada nos impide darnos vuelta y recuperar un poco de calor… Le metemos un codazo algo violento al partener para que largue prenda. Con un resoplido conseguimos a medias cubrirnos.
Superada la primera noche, despertamos con unos sonidos graves y estentóreos: ¡¿ronquidos?!. Se hace tarde pero el señor nos reclama el desayuno y un poco de afecto (que la noche anterior olvidó demostrarnos). El amor nos urge y nos entregamos a él. Finalizada la acción, queremos maquillarnos y arreglarnos para ir a laburar. ¡Ayuda! Hay un okupa en nuestro baño y no tiene intenciones ni apuro en salir. Mejor que no salga, porque la realidad será nefasta.
Pasan las semanas y las rutinas se suceden hasta que un buen día (o quizás una noche que nos agarra bastante agotadas) nos preguntamos quién carajos es este personaje que se está clavando una cerveza, en ropa interior, con las manos en zonas extrañas.
¿Quién lo dejó entrar? ¿Por qué nos invita a entrar con un gesto de la botella? ¿Dónde quedó el romanticismo? ¿Adónde se fue la caballerosidad? ¿Y nuestro glamour? ¿En qué momento lo perdimos y lo cambiamos por un delantal manchado, el pelo revuelto, la vajilla sucia de todo el día y un proyecto de carne al horno que invade de olor a rancho nuestro nido de amor? ¿Nido de amor? ¿O de caranchos? ¿Cómo podemos remontar esto si aún no han llegado los hijos con el arsenal de juguetes, sillitas y horas en vela que trae aparejado?
Pasado el desconcierto, las peleas por quien junta la ropa sucia y otras pavaditas hermosas de la convivencia, optamos por seguir en ella. Sabemos que muchas veces hace agua por todos lados, pero hay un cierto magnetismo que nos aferra a esta situación. ¿Cómo explicarlo? Será que somos seres gregarios y esto nos incita a aglomerarnos. Cuestión que, como bien dije al principio, el casamiento no estará de moda, pero el amor le sigue ganando a la soledad del departamento de solteros.