top of page

La Revista Cultural La Palestra Noticias es un espacio de encuentro para compartir el amor por el Arte, por el Deporte, por la Literatura, por la Salud, por los conocimientos de Astrología, por el Medio ambiente y su cuidado, por la cultura de cada Sociedad y su gente; por los viajes, la oportunidad de descubrirnos diferentes y semejantes.   

12 de junio de 2017

Prospecto adjunto

 

Por Mercedes Estramil 

Cuando mi madre, con ese candor matutino de todas las madres, me bautizó Iris, estaba lejos de suponer que mis aptitudes visuales para la vida iban a ser tan pocas. Me dediqué a la literatura.

 

Ustedes me dirán y con razón (ustedes siempre tendrán razón) que hay mucho escritor bien capaz de conjugar lo uno y lo otro. Por ejemplo, sacando dinero del recipiente de la literatura y volcándolo en el vaso de la vida, o extrayendo piedra de la cantera de la vida para destilar diamantes literarios. De acuerdo, las imágenes son algo clisés, pero he estado leyendo a Dan Brown y si de algo adolece el vicio literario es de la compulsión de copiar. ¿Acaso la primera enseñanza manuscrita no consiste en dictados y copias? Pues eso… Cada vez debo tener más cuidado con lo que leo, y hacerme cada tanto un análisis de IDI (índice de influencias). Los períodos en que mi IDI sube de modo alarmante coinciden con sucesos puntuales del tipo de: 1) alguien ha ganado el Nobel, 2) alguien ha ganado el Rómulo Gallegos, o bien 3) alguien ha ganado el casero Lolita Rubial. Particular fue el año en que Elfriede Jelinek se alzó con la presea sueca, y debo reconocer que el verbo “alzar” adjudicado a esa mujerona fóbica que se pasa escribiendo chanchadas, no es lo más adecuado. En los meses siguientes, me embebí de la polémica burguesa y de género, y de esa modalidad tan antipática de hablar de los personajes como si fueran un hatajo de imbéciles cuadriculados. Por fortuna jamás pasé de unas pocas páginas y mi bochorno fue vivido a solas, como el del placer solitario. Esto último, como notarán, es otra reminiscencia de la austriaca. En fin, que nada de lo que absorbí sirvió para algo, lo regurgité como un queso rancio. Me dije a mí misma en una de esas noches de tormento creativo: el Nobel, Iris, como cualquier premio, es como una película rusa: cuando despertás, ya terminó.

 

Aclaro que mi animadversión por el cine ruso excluye a todos los consagrados, como corresponde. A mí me va el canon siempre. Es una cuestión de orden y respeto. Jamás me oirán hablar mal de Onetti o Benedetti, ni de Edgar Allan Poe ni de Stephen King, ni de esta chica J.K. Rowling ni de María Elena Walsh. Nada más patético que entrar a la literatura como un elefante a un bazar, con esa seguridad y contundencia maloliente de un paquidermo.

A la literatura, como a tantas otras cosas (un matrimonio, una amistad, un país, un trabajo) se puede llegar por descarte, desesperación, soledad y miedo. Queda feo decirlo. Pero no siempre está ahí para complacernos la imagen serena (y a menudo falsa) de las cosas «bien hechas», de las «etapas quemadas» y los «objetivos cumplidos». En general se va llegando a los tumbos, después de varios recodos de fracasos, de carreras deshechas, de intentos hasta de suicidios que no funcionaron, y que no funcione un suicidio ya es decir. Y eso cuando se llega. Y ni entro a preguntar en serio qué carajo es llegar. No llegás a la literatura como quien llega a una casa y se instala cómodamente, qué va. Querés acomodarte y ves que no hay acomodo: que la cama es chica, que faltan vasos y platos, que hay otros durmiendo en ella, etc. Y, huelga decirlo, vos no sos Blancanieves; a lo  más sos uno de los enanitos. No se te abren las puertas así como así. Me agota, de verdad que me agota. Qué placidez, en cambio, vender telas por kilo, o dar clases nueve meses al año, o sellar multas de tránsito. ¿Qué necesidad de comprometerse en algo tan arduo y desconsolador como el invento de vidas ajenas? Ustedes dirán: bueno, nena, dejá de quejarte, ponete a estudiar Economía o Derecho, hacé un curso de acupuntura y masajes, buscá una manito en la esfera pública, movete. No es fácil. Ya lo intenté. Está medio mundo haciendo lo mismo, y el otro medio en el «plan de equidad». Y la literatura será lo que será, pero que parece un paraíso lo parece.

Ahora, por ejemplo, estoy en una etapa de bajón creativo, pero no es más que un interregno que podrá durar un par de meses o algunos añitos. El último me llevó unos diez, pero lo bueno es que no me desesperé. Ahí me mantuve tranquilita, haciendo otras cosas, que lo que sobra es qué hacer en Uruguay. El escritor sabe en todo momento que algo se está cociendo allá en lo profundo, y de repente «badabum» como decía el quinto elemento en la película homónima, un buen día se desata todo eso comprimido, acumulado y condensado y florece «la obra». Silencio.

 

Un minuto de silencio.

 

Pregunten a Balzac, a Thomas Mann, a Paul Auster, o en el otro extremo a Rulfo, a Nick Cave o a Salinger, si alguna vez les quitó el sueño una cuestión de renglones. Para nada. Lo que mata es la neurosis, esa máquina de generar biografías imaginarias con nuestra propia vida. Lo que es a mí, la página en blanco no me provoca mayor desasosiego que una canilla goteando en la madrugada o un ómnibus que no llega. Eso de estar media hora dudando entre un adjetivo y otro, o andar buscando sinónimos en el diccionario online de la RAE, o wikipediando sobre la caza del atún salvaje para escribir un cuento sobre una pescadería, no es para mí. De acuerdo, me dirán que también Melville leyó lo suyo sobre la marinería antes de pergeñar su Moby Dick, pero ¿acaso no eran esas informaciones lo más soporífero de su sencilla historia sobre un capitán desquiciado y un cachalote inteligente? Si me preguntan, me da calor confesar que a veces hago como la Rosa Montero de la Madre Patria y me salteo párrafos, páginas, capítulos, libros y hasta autores enteros, por aquello de que menos es más y por cierto temor a convertirme en una consumista literaria. ¿Hay algo más perverso que esos seres bípedos que lo han leído todo, lo recuerdan todo, lo relacionan todo? Casas atestadas de bibliotecas y ojos arrugados de presbicia: eso es convertir la literatura en algo deleznable.

 

Bueno, es que bien mirado, la literatura (y ya lo dijo Vila-Matas, que no para de hablar) es una enfermedad. ¿Qué escritor conocen ustedes que exude salud y combine en sí mismo un físico exterior envidiable y los órganos internos en condición de ser donados? En lo personal, la verdad es que permanecer hasta altas horas de la madrugada rumiando un verbo no me ha traído precisamente energía y belleza. Ahora, si hablamos de cefaleas, cólicos, colchoncitos abdominales, alopecia, insuficiencia respiratoria y callos, ahí vamos bien rumbeados. No es fácil, no. No estoy desanimando a nadie, vayan nomás a talleres literarios, paguen la cuota, hagan ejercicios. Lean biografías de bestselleristas. Lean los suplementos culturales. Golpeen la puerta de una editorial con el sudor del miedo sosteniendo su «ópera prima» sietemesina. Y después me cuentan. Literatura: lo más parecido al infierno.

 

Y eso que yo recién estoy empezando. No es como andar en bicicleta o como (dicen) hacer el amor, que una vez que se aprendió no se olvidó. Acá es empezar de cero cada vez, o repetirse ad infinitum. Por eso los escritores se repiten. Miren a Borges, todos los poemas el mismo. O a Vallejo, el colombiano, todas sus novelas una. Y los relatos de Lovecraft, una endogamia que da miedo. Pues para mí es una muestra de sabiduría, ¿quién quiere empezar de cero? Además, el mundo nunca entiende de entrada, hay que machacarle las cosas, darle tiempo, largarle sedal. Contarle la misma historia una y otra vez hasta que en un arranque memorístico pronuncie «¡ya sé!» y se la trague como a un remedio conocido, agradecido de ser anestesiado por el mismo producto envasado por la misma empresa, y sin advertir siquiera que va a ser bálsamo y veneno a la vez. Porque la cuestión acá es que nadie lee el prospecto adjunto, la letrita chica, ahí, ahí donde pone las contraindicaciones, las reacciones adversas, la dosis que hay que ingerir, cuándo y cómo, los riesgos de interacciones peligrosas. Voy a poner un ejemplo: ustedes leen hoy a Louis Ferdinand Céline y mañana a Paulo Coelho, y creen que no pasa nada. Y yo pregunto: ¿se tomarían a un tiempo un medicamento hipotensor y una pastilla de Viagra? Y no. No cualquier organismo resiste. ¿Y creen que es inocuo leerse a Saramago todo junto? Prueben a tomarse veinte antidepresivos de un saque. La prueba fehaciente de que la literatura no es tomada en serio es que se la lee de cualquier manera, se baja de la góndola como un chorizo y sin que el horrible grito que profirió el puerco merezca ni un recuerdo. Esas cosas a mí me entristecen. Cierro los ojos. Me hacen preguntarme si de verdad quiero seguir, si no será más productivo y menos estresante un cursito de maquillaje, de reiki o de controlador aéreo. Total, esto es Uruguay; el aeropuerto no es grande.

bottom of page