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NOTA DE OPINIÓN
Todas y Todos, ¿Tod@s?
Por Emilia Callicore
El idioma es un sistema vivo, eso quiere decir que se va modificando. Fue y siempre va a ser así. De hecho, nuestro idioma es un derivado del latín vulgar, que es simplemente una deformación del latín culto. Como para ejemplo basta un botón, podemos analizar la evolución de la palabra <hoja>: en la antigüedad se llamaba al papel, foja; hacia la edad media el fonema <f> se aspiró en una <h>. En la modernidad, ese fonema se aspiró todavía más hasta que se enmudeció, es decir que se escribe pero no se pronuncia. ¿Cuántas veces los chicos (y nosotros mismos) nos hemos preguntado por qué nos complicamos la existencia ortográfica con letras que no tienen sonido? La respuesta: por tradición.
Esta evolución de la lengua se debió, entre varios condicionantes, a un principio común a todos: el principio de pereza. Es inherente al hombre buscar siempre realizar el menor esfuerzo posible. Increíblemente es esta vagancia lo que nos hermana como seres humanos… Todos los grandes inventos surgen de este principio: facilitar la vida al hombre ¿o acaso la rueda no se inventó para facilitar el traslado de una cosa, de una lugar a otro?
A este principio que busca realizar el menor esfuerzo, se le contrapone otro principio, también propio a todos los hombres: la resistencia al cambio. El hombre es un animal de costumbre, y una vez que se habituó a un sistema, se aferra a él gritando a viva voz que prefiere “infierno conocido, que infierno por conocer.” Esta es la lucha por el cambio que se da entre todas las generaciones.
En la Argentina, estamos frente a un momento de transición que solamente el tiempo dirá dónde y cómo terminará todo. En lo que se refiere a nuestro idioma, lo que inició el cambio del uso del término "todos" como término genérico neutro, por el símbolo "@", fue una imposición ideológica de los últimos siete años por parte de un gobierno que se refugió en las minorías para concentrar poder. Guste o no, esa es la razón por la que hoy se utiliza el @ como sufijo de género, en lugar de los tradicionales: <a> u <o>.
Al principio de su mandato, ésta líder política comenzó discriminando al público: “todos y todas”; “argentinos y argentinas”, argumentando que buscaba el reconocimiento de la mujer en la sociedad. Desde una postura ideológica, quienes la seguían, comenzaron a diferenciar en cada palabra masculina, su par femenino. Este afán por reconocer el femenino en cada palabra llevó a extravagancias como <la pacienta> en lugar de <la paciente>. La regla del menor esfuerzo llevó a que en la escritura buscaran una forma sintetizada de esta diferenciación, porque realmente era un incordio leer o escribir cada dos por tres “todas y todos; alumnos y alumnas; maestros y maestras, etcétera, etcétera, etcétera”. Entonces el @ cumplió visualmente con lo que se quería hacer: incluir los dos géneros en un solo símbolo. Pero ¿cómo se lee esto? ¿Cómo se tiene que pronunciar oralmente?
La solución a la búsqueda de igualdad de géneros, (una solución de forma y no de fondo), encontró cierto equilibrio solamente en la escritura. Ya que el arroba no tiene un sonido propio, por lo que en los discursos orales, el problema sigue siendo el mismo: la repetición agota al oyente. Entonces estamos frente a un cambio que más que simplificar el lenguaje, lo está complicando.
La escritura nació siendo símbolos que representaban los sonidos del lenguaje. El latín se transformó en francés, español, italiano y demás lenguas romances también siguiendo esta premisa: primero se modifica la pronunciación oral, y esa evolución se plasma en el papel. Que los adolescentes dejen de usar la <h>, o sustituyan la <c> por la <k>, me parece más lógico y natural, a que algunos adultos impongan su ideología en el uso del @.