La Palestra

¿Qué peor miedo que el de convertirse en aquello que desprecias?

Cantando Wagner para alejar a las coplas y bagualas, tapando los espejos para no ver las trenzas largas y oscuras que se les aparecen es como Angélica y Amparo (dos nietas de terratenientes) se refugian en el living de su casa, ocultándose de las influencias norteñas de sus empleadas domésticas que van apoderándose de ellas como una verdadera maldición.

Esta historia en clave de comedia y llevada hacia lo fantástico me sostuvo la sonrisa desde que me senté en mi asiento en la sala de NoAvestruz, hasta el último momento. Los delirios de las hermanas y su xenofobia no tienen ningún tipo de límite. Encerradas en aquella sala de estar, las dos cual «Casa tomada» por este enemigo imaginario, no se animan a salir ni siquiera para tomar un vaso de agua.

Raquel Albéniz y Amancay Espíndola hacen una pareja increíble. La historia fluye y los personajes son muy frescos. Crean una relación que da cuenta de los años de amistad y trabajo que ambas comparten.

Al finalizar la función tuvimos la oportunidad de conversar con Raquel quien además de interpretar a una de las hermanas, también es la autora de la obra.

La Palestra: Esta pieza teatral tiene una clara inclinación fantástica: ¿cuáles fueron las influencias teatrales con las que te nutriste?

Raquel Albéniz: Todo mi teatro es «no naturalista». Siempre abordo mucho la temática del campo (porque yo soy del campo); y siempre me voy para lo absurdo, por decirlo de alguna manera, para un grotesco absurdo, digamos.

LP: ¿Qué fue lo que te motivó a escribir esta historia?

R.A.: La resistencia de personas —ya no europeas, sino argentinas —de adoptar como propias a la gente norteña o también a la sureña… Hay como un racismo, una xenofobia propia de este país para con la gente de este país. Y un día dije: «tengo ganas de escribir sobre dos personas que van mutando porque van contagiándose de lo que no quieren». Entonces, a partir de esa imagen salió la obra.

Tilcara no existe trata sobre un conflicto atemporal dentro de la historia Argentina. La distinción entre lo colorido, lo burdo y lo beige; el potrero y el Jockey Club; el bolita de la esquina y «la gente como uno» recorren periodo a periodo, atravesando cada etapa del país: ¿hasta qué punto esta otredad no es también parte de la construcción de lo nacional?