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Telephone: puro arte

Qué pasa cuando se "traduce" un poema en una pintura, y ésta en un video; un proyecto multiplicado por 315 artistas

 

Por Francisco Rivarola 

Fuente: La Nación 

Todo empezó en 2010 cuando Nathan Langston, un joven compositor estadounidense se mudó de Portland, Oregón, a Nueva York. El ritmo acelerado de la famosa ciudad lo descolocó y pasó sus primeros días sintiéndose solo entre multitudes. Recordó el corto poema inglés sobre la plegaria del marinero Bretón, inmortalizada por Kennedy sobre una famosa placa de bronce colgada en su despacho durante la Guerra Fría: "Oh, Dios, tu mar es tan grande y mi barco, tan pequeño". Nathan le pidió a una amiga suya que pintara lo que a ella la hacía sentir esa frase.

El cuadro resultante fue de una mujer arrodillada frente al mar viendo partir un frágil bote de papel. Un cielo nocturno repleto de estrellas ocupaba dos tercios de la imagen. Nathan cargó el cuadro con cuidado por el caótico subte de Manhattan y lo depositó a los pies de un poeta amigo, al que le dijo: "Hacé algo con esto". "El poema flota su mensaje sobre la tierra que retrocede ante las estrellas, las recipientes", fue parte del texto final. Nathan repitió el proceso con un fotógrafo, cuya foto envió a un escritor en la Universidad de Columbia, cuya historia reenvió a un escultor. Con esa escultura, un músico compuso una canción instrumental que ante su sorpresa parecía sonar como el mar. Sin querer, Nathan había desencadenado una avalancha artística y ahora se sentía menos solo.

 

El juego se llamó Telephone, en referencia al ritual infantil que nosotros conocemos como "teléfono descompuesto", porque cada obra de arte nueva contaba un mensaje imperfecto de la obra original, pero en esta imperfección estaba su belleza. Nathan se obsesionó con la Écfrasis, la cualidad que tienen las obras de arte para ser traducidas en otras formas de arte; ¿cómo puede una estatua ser descripta con una historia o una pintura con una canción? La "línea de producción" se intensificó. El joven compositor soñaba con aventurarse fuera de su círculo de amigos y más allá de Nueva York. Para esto buscó la ayuda del ingeniero en sistemas Daniel Talsky.

 

Sentados en un bar obscuro en Brooklyn, Daniel comenzó a bocetar en una servilleta lo que requeriría Telephone para existir globalmente en la Web. Las servilletas se fueron acumulando: conexiones de nodos, especificaciones de formatos, códigos para ordenar todas las obras que llegarían, programas para clasificarlas. Para ser más eficientes, decidieron que cada nueva obra sería entregada a tres artistas distintos. Ante sus ojos, Telephone crecía como un plausible castillo en el aire, un árbol gigantesco construido sobre muchas servilletas de papel. No hacía falta decirlo, pero aun así Daniel advirtió: "Esto va a ser mucho trabajo".

 

Pasaron tres años. Mi invitación para participar de Telephone llegó un lunes de 2013. El proyecto ya no era la idea humilde de un joven solitario, sino un monstruo de mil ojos, sostenido a pulmón por un pequeño equipo de voluntarios. Mails con consignas oscuras iban y venían y me agregaron a un grupo con artistas de todo el mundo que discutían las implicancias de mezclar contextos culturales diferentes. Lo visionario estuvo en encontrar un nicho inexplorado de colaboración entre distintas formas de arte y en un dato no menor: sin importar de qué país fuéramos, todos habíamos jugado al teléfono descompuesto de chicos. Tuve que escribir un poema sobre una pintura de Nadja Daehnke, artista de Johannesburgo, Sudáfrica. Su pintura mostraba un par de manos delicadas elevando a un recién nacido. Escribí el poema sobre mis padres antes de que yo naciera, preparando al mundo para mi llegada, y me filmé recitándolo en inglés. Nathan me diría después con un orgullo secreto que el agua y los nacimientos eran dos temas que atravesaban cada rama del proyecto.

El video con la historia de mis padres y mi nacimiento viajó hasta Brooklyn, cerca del bar con las servilletas de papel que gestaron el proyecto y alguien hizo con él un cuadro sobre conejos. En ese punto, el sitio web (Telephone.satellitecollective.org) invita a ver la cadena desde el principio: la frase del marinero Breton, el barquito de papel, un poema sobre la noche y el mar, una foto de un torso delineado por montañas, un texto sobre la madre tierra, la foto de una cueva de sal rojiza en Tel Aviv, la pintura de Sudáfrica, mi video-poema, el cuadro final sobre conejos. En el camino, ramas no elegidas, bifurcándose en obras de arte distintas.

 

Telephone tardó cinco años y medio en completarse y salir al público. Sólo trabajaron seis personas organizándolo y la totalidad del proyecto costó nada más que 7000 dólares. Colaboraron 315 artistas de 159 ciudades distintas del mundo (sólo cuatro éramos argentinos) y el sitio web recibió más de 100 visitas en los primeros meses. "Muchas veces me puse a llorar -dice Nathan-. Pensaba que nunca se terminaría y que había desperdiciado años de mi vida y el tiempo de cientos de personas." Admite con humor que un proyecto de esta magnitud hubiera sido más apropiado para un museo con un equipo fijo, financiamiento estable y manejado por alguien con "experiencia". Lo que Nathan olvida en su humildad es que proyectos tan únicos como éste no nacen en los museos, sino de individuos cómo él, que, por la razón que sea, decidieron buscar refugio en el arte y hacer algo con lo que sentían.

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