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La Revista Cultural La Palestra Noticias es un espacio de encuentro para compartir el amor por el Arte, por el Deporte, por la Literatura, por la Salud, por los conocimientos de Astrología, por el Medio ambiente y su cuidado, por la cultura de cada Sociedad y su gente; por los viajes, la oportunidad de descubrirnos diferentes y semejantes.   

14 de noviembre de 2016

Cuando vivimos en Quilotoa

 

Por Laura Bianchi

Fotografía de Laura Benítez

Quilotoa es un pueblo ecuatoriano muy pequeño y joven, construido alrededor de la laguna que le da su nombre. Según viejos relatos que Martita (administradora del hostal donde estamos trabajando como voluntarias) rememora, Quilotoa viene de Quiro, que en quichua significa dientes –por la forma que tiene el cráter en el que está la laguna– y de Tora, el nombre de una princesa.

La laguna, en la boca de un volcán y rodeada por montañas, es la única atracción que hay, y es alucinante. Según la leyenda allí había una hacienda en donde vivía la princesa Tora. En una época de escasez de agua, su padre sembró dos quintales de sal y ají en un pozo donde solo había lodo; cuatro días después el agua llegó hasta el filo del cráter. Los pobladores asustados llamaron a cuatro chamanes quienes tiraron, desde los cuatro puntos cardinales, una paila con cuatro orejas para que bajara el agua, y así se formó la laguna. Se dice que la hacienda sigue ahí y que el agua sería para ellos el cielo.

 

Cuando volvemos a la altura, a casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar, nuestros cuerpos lo sienten. La cabeza y las piernas duelen, el aire es más denso, nos cansamos con facilidad. Ese esfuerzo extra que la altura demanda le da un plus a toda la experiencia. Triunfos y dificultades se agrandan. Estas mismas sensaciones son las que nos produce el voluntariado en si. Nos ocupamos de la limpieza del hostal y la ayuda en la cocina. Pero, en lugar de compartir tiempo y trabajo con otros voluntarios, extranjeros o viajeros con vidas y propósitos más cercanos a los nuestros, toca hacerlo con gente de aquí.

Quilotoa, como todos los pueblos serranos que hemos recorrido, es tierra de campesinos donde la tradición es fuerte y donde predomina la lengua quichua; nuestras diferencias están bien marcadas. <Tierra> fue la segunda palabra que nos enseñaron a decir en quichua y no me parece casualidad. Se dice llakta y aquí significa mucho más que lo que está debajo de nuestros pies. La mayoría de los trabajadores tienen algún vínculo de parentesco entre ellos, y los que no, comparten esa familiaridad a través de la complicidad y el humor.

 

Creo que lo que ganamos en este voluntariado (además del ahorro habitual) son esos momentos cotidianos compartidos. Si bien los anfitriones son de nuestra edad somos muy distintos. Tienen hijos, parejas, trabajos que construyen y constituyen sus vidas. Les gusta la música. Sueñan con cantar e incluso con viajar. Su rutina es más orgánica, acompaña el ritmo natural del día: levantarse con el amanecer y acostarse cuando anochece.

Quieren aprender inglés. Escuchan música mientras pelan habas y choclos. Comen mucho. Tienen grandes deudas y sonrisas. Cada vez que estornudamos nos dicen que es porque nuestra pareja nos está engañando; aunque entienden que no la tengamos. Les encanta bailar y se emborrachan con facilidad. Y el mate uruguayo les resultó una gran cura para el “chuchaki” (resaca).

 

En una oportunidad, asistimos a un casamiento en Zumbahua (a doce kilómetros de Quilotoa) en la plaza principal con dos escenarios, bandas en vivo y mucha gente vendiendo cerveza. Tanta cerveza que la cosa terminó a la fuerza por una pelea generalizada. Fue una fiesta de todos, donde se mezclaban trajes típicos con peinados modernos. Es que muchas de sus tradiciones se están perdiendo. Eso es lo que Verito (que hace una pasantía en el hostal) quiere estudiar para su tesis de grado y, para nuestra fortuna, está dispuesta a compartirla con nosotras. Y esa es la mayor enseñanza de esta experiencia: verlos mucho más abiertos que nosotras para entender y respetar nuestras costumbres y creencias y, en eso, las suyas propias.

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