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26 de julio de 2016
Porque eso es lo que genera correr…
Por Santiago Seigneur*
Después de una noche de poco sueño, cargada de ansiedad y nervios, comienza el ritual matutino característico de las horas previas a la maratón: curitas para evitar lastimaduras, algunos tímidos estiramientos, un poco de agua y alguna barra de cereal para engañar al estómago. Va ser un día largo.
Sobre el sillón, todo dispuesto en orden desde la noche anterior. No nos vaya a agarrar el mismo día de la carrera sin las medias, el pantalón o las zapatillas adecuadas. El horror.
Nos asomamos por la ventana para ver el día: soleado con una temperatura de unos 20 grados. Ideal.
Salimos a la calle a la madrugada, en ese horario en que los canillitas están repartiendo los diarios y los encargados de los edificios baldean la vereda. Pasamos a su lado y nos miran con esa cara de «¿A éste quién lo mando a sufrir así?». Nos ponemos por un segundo en la cabeza del encargado y nos imaginamos lo que ve: un tipo de pantaloncito corto, con un número pegado en el pecho, con cara de adrenalina y felicidad a la vez, sonriendo de forma cuasi estúpida a esa hora de la mañana. Porque es eso lo que genera correr: felicidad.
Al subirnos al subte, el medio más efectivo para desplazarse cuando las calles están cortadas, empieza el juego de las miradas de reconocimiento. Al identificar a uno de los tuyos, con un vistazo tratas de adivinar: «Este corre por debajo de las tres horas seguro. Mirá las pantorrillas que tiene. Me pasa de parado…» Ese tipo de pensamientos y otros son los que se tiene previo a una maratón.
Confieso ser un maratonista amateur. No logré bajar aún las tres horas y media. Pero correr no se trata de batir tiempos únicamente. La satisfacción pasa por otro lado. Creo que tiene que ver con el movimiento. Movernos, y de esa forma conectarnos con nuestro costado más primitivo. Con nuestro costado nómade. Y la satisfacción de hacerlo usando solo nuestras piernas.
Al acercarte al punto de largada, ya empezás a avizorar a lo lejos a las hordas anhelantes, ansiosas. Algunos precalentando; otros corriendo al baño químico; otros saludando a sus familiares, que para ese momento ya están del otro lado de la valla. Y todos, corredores, familiares y amigos, con sonrisas incrustadas en las caras. Porque eso es lo que genera correr: felicidad.
Suena la largada y empieza en ese momento esa batalla, crucial y decisiva, a la que se enfrenta todo maratonista ni bien empieza la carrera: ¿cómo administro mis energías y mí tiempo?
No hay una sola respuesta a ese interrogante, como era de esperarse. Algunos te dicen que lo ganado al principio, ya está ganado. Por lo que te conviene meterle de entrada. Otros, más cautos y moderados, sugieren empezar tranquilo y, si sobra nafta en el tanque, meterle a lo último.
Yo, como me propongo batir mi marca, arranco en esta ocasión a un buen ritmo (4´50 x km) y me propongo mantenerlo por los primeros 20 kilómetros.
Hay pocas situaciones más aleccionadoras de la futilidad de una planificación excesiva en una carrera que el momento en que te das cuenta que el promedio que te propusiste es INSOSTENIBLE. «Que no caiga la moral —te decís a vos mismo— ¿Qué importa si la termino en quince minutos más de lo planeado? La cuestión es terminarla». Nos vamos adaptando. Lo importante es correr.
En el kilómetro 21 me tomo el primer gel. Y siento una nueva infusión de energía. 21 kilómetros más por delante. «No es tan grave» me digo. Subo el volumen del Ipod y elijo un tema motivador, de esos que hacen que te muevas solo. El sol brilla sobre mi espalda. Miro a los costados y veo rostros concentrados, serios. La euforia inicial dio lugar a una introspección profunda. La pelea con uno mismo está en pleno desarrollo.
Y vamos llegando al final. En el kilómetro 35 (para otros es el 30 o el 40, depende de cada uno), nos encontramos con El Muro. Ese muro invisible pero portentoso, que no es otra cosa que nuestro cuerpo diciéndonos: «Yo hasta acá llegué. Ahora seguís con tu cabeza».
Y es esta última batalla la que define el resto de la guerra. Batalla que atravesamos victoriosos, para ni bien atravesar la línea de llegada pensar: «Y ahora ¿para cual otra me entreno?».
*El autor participó en diversas maratones organizadas en distintas ciudades del mundo. Esta crónica deportiva relata su participación en la Maratón de París del 2015.