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4 de noviembre de 2017
Luna llena en Tauro
Por Marcelo Cippitelli Fresneda
Monje Budista C´han - Astrólogo Kármico - Psicólogo social.
Todos los astros del firmamento cumplen una función, tienen un sentido en este caleidoscopio maravilloso en el que vivimos. La Luna es la bruja, la hechicera, la maga del Zodíaco. Y cada luna llena nos trae su correspondiente bendición y su consabida maldición. Nunca una sin la otra, para poder manifestar el exquisito equilibrio del perfecto plan universal. De lo contrario, no se trataría de una «bruja» en todo el sentido de la palabra.
La Luna de Tauro es la «Luna exaltada», la de la energía que desborda y trasciende todos los límites establecidos. Es por ello que sus manifestaciones son a todo o nada, a tomarlas o dejarlas.
¿Cuál es la Bendición que nos concede esta fase del astro? El signo de Tauro es el que rige desde el Sol consciente a los cinco sentidos físicos: la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto. Pero desde la Luna inconsciente, la posibilidad de este mes tan particular es la de potenciar esos sentidos utilizándolos en su forma más elevada: los supra sentidos. Es decir que este influjo mágico nos permite percibir en niveles absolutamente intangibles, profundos y a la vez espirituales. El mundo de la esencia se nos revela en susurros amorosamente claros. Aquellos que deseen trabajar esto de manera consciente en meditación, pueden percibir universos sutiles y secretos, desconocidos para la percepción vulgar cotidiana que hacemos de nuestro entorno. Los colores se vuelven distintos, con diferentes matices; los sabores atraviesan el paladar dejando sensaciones únicas; se distinguen sonidos remotos de lugares inexistentes; una caricia se convierte en absoluta vibración; una prenda de vestir puede ser una amante tierna… El Universo oculto se revela en su magnificencia etérea. Y ello nos brinda una vida más plena, percibiendo lo que hasta ahora nos estaba oculto. Me parece un regalo muy adecuado del signo más concreto de todos.
En cuanto a la maldición… Bueno, representa uno de los conflictos que más traumatizan al ser humano: el odioso apego. En este caso, cuando hablamos de apego no nos referimos solamente a la propensión a adherirse a los objetos, a las personas o a los afectos en sí mismos. Sino que también se hace referencia el apego en su autenticidad, en nuestra dificultad para aceptar el proceso de transformación de absolutamente todo en el espacio-tiempo. Es decir, a nuestra resistencia a entender que todo lo que comienza y se desarrolla debe necesariamente terminar, y así dejar paso a cosas nuevas, distintas y maravillosas. Como no entendemos esto último, nos aferramos a lo viejo por temor a quedar desguarnecidos tras su desaparición, y postergamos los cortes muchísimo más allá de lo saludable. Entonces permanecemos en relaciones, trabajos, parejas, casas, países o situaciones que ya no nos hacen felices, que ya no nos aportan, y que, por el contrario, se convierten en una cárcel nefasta de nuestro espíritu. Podríamos definir esta actitud con una frase: «Es posible que las cosas no estén muy bien como están, pero si hacemos cambios podrían estar peor. Mejor dejamos todo como está y no hacemos modificaciones. No sea que después nos arrepintamos del cambio».
Pero ambos, maldición y bendición, pueden unirse. Podemos usar la percepción especial que nos brinda el signo para testearnos a nosotros mismos y darnos cuenta de cuándo es el momento de dejar una situación. Luego, sólo tenemos que reunir el valor suficiente para dar los pasos correspondientes hacia la libertad y el nuevo estadio más bello y luminoso. Es necesario entender que el cambio nos puede presentar ventajas y dificultades, pero quedarnos con lo antiguo se convertirá en una cárcel de paulatino aumento de sufrimiento y de la imposibilidad de liberación.
Cada uno elige…
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