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La Revista Cultural La Palestra Noticias es un espacio de encuentro para compartir el amor por el Arte, por el Deporte, por la Literatura, por la Salud, por los conocimientos de Astrología, por el Medio ambiente y su cuidado, por la cultura de cada Sociedad y su gente; por los viajes, la oportunidad de descubrirnos diferentes y semejantes.   

Saysawaman

 

Los Incas fueron un pueblo guerrero. En menos de un siglo construyeron su civilización que se extendió desde lo que hoy es Ecuador hasta el norte de Argentina. Mientras conquistaban tierras y pueblos, fueron construyendo sus ciudades y sus templos con una técnica que, aún hoy, no se puede imitar. A fuerza de golpes de piedra contra piedra alzaron su Imperio. De él, tras la conquista española, quedaron enraizados a la tierra, los cimientos de las ruinas y la descendencia de su sangre.

 

Los primero que conocí fue Saysawaman, las ruinas más cercanas a la ciudad de Cuzco. Era un centro religioso, y allí se congregaban cientos de fieles para las celebraciones a los dioses. Fue desmantelado por los españoles. Obligaron a los mismos incas a trasladar las piedras que erigían el recinto sagrado,  y a llevarlas hasta el centro de la ciudad, en donde las usaron para construir las primeras iglesias católicas. Llama la atención el tamaño de las piedras que aún están allí. Son tan altas como dos hombres parados uno sobre el otro. También deslumbra la precisión en el pulido que da forma a las piedras, encastrándolas una sobre la otra. Nada es dejado al azar. La capacidad de asombro se dispara aun más, cuando el guía te cuenta que las canteras (de donde extrajeron esas piedras) están a kilómetros de distancia de allí.

Ollantaytambo

 

Ollantaytambo se encuentra a noventa kilómetros de Cuzco. Este pueblo mantiene la organización urbanística de las ciudades incaicas. Entre sus calles y aledaños, se encuentran todo tipo de construcciones antiguas y terrazas agrícolas. Las ruinas de Ollantaytambo, más conocidas como “la fortaleza” por sus grandes muros, son consideradas una obra de arte.

 

De este lugar, guardo una imagen vívida sobre las terrazas y los sembradíos. No es parte del circuito turístico, pero es uno de mis lugares preferidos.  Al pie de las terrazas, se extiende una planicie que hasta el día de hoy se utiliza para la siembra. En una de las esquinas de este sembrado, como cuidándolo, existe una construcción inca que pasa desapercibida entre las otras edificaciones. Es una casita pequeña. Nada impide que uno pueda entrar. Una vez adentro, el silencio se hace más fuerte, y de alguna manera te hace consciente de que estas en un lugar de oración. Sobre la pared opuesta a la entrada hay una fuente. Sobre ella, una ventana por donde se ve el verde del pasto, y el azul del cielo. Esta fuente es un templo para el agua. Me contaron que el sacerdote se arrodillaba frente ella para hablar con sus dioses; para agradecer por la fertilidad de la tierra o para pedir por lluvia. Arrodillándose en ese mismo lugar, olvidándose de quien es uno y mirando hacia arriba, hacia la ventana, hacia el cielo, se comprende la fe del inca por los dioses de la naturaleza.   

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