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La Revista Cultural La Palestra Noticias es un espacio de encuentro para compartir el amor por el Arte, por el Deporte, por la Literatura, por la Salud, por los conocimientos de Astrología, por el Medio ambiente y su cuidado, por la cultura de cada Sociedad y su gente; por los viajes, la oportunidad de descubrirnos diferentes y semejantes.   

3 de octubre de 2019

La mesalina de la regencia

Historia basada en María Luisa Isabel de Orleans

Por Lydia Bermúdez

Era una tarde cálida. Las ventanas de la sala estaban abiertas, ondeaban las cortinas. Sentada frente al piano tocabas para él. Sabías que en eso eran iguales: los dos amaban la música. Parado junto al piano, te acariciaba el pelo. Sus manos recorrían tus orejas, tu cuello. Lentas y tibias se iban deslizando sobre tu espalda. 

 

Carlos abrió la puerta y se quedó inmóvil mirando la escena, tus dedos quedaron abandonados sobre el teclado. Sin decir una sola palabra, tu padre, el regente, dejó de acariciarte y abandonó la sala. Tus dedos comenzaron a golpear las teclas, la música sacudió el aire. Carlos, tu marido, comenzó nuevamente con sus violentos reproches. Y entonces, mientras sus palabras estallaban tapadas en parte por el sonido de tu música. Odiándolo, ahí, en ese instante decidiste su suerte.

 

El fray Tomás aceptaría el encargo. La Iglesia guardaba ya antiguos secretos de la familia. Este sería solo uno más. Y de a poco, noche tras noche, durante las partidas de damas que solían jugar con el Fray, Carlos tomaría su jerez. Con cada trago, sin sospecharlo, iría acortando su vida. Entonces, se iría deteriorando: rechazaría la comida, su piel se tornaría amarillenta, sus sueños agitados serían invadidos por pesadillas espantosas. Lentamente llegaría su final. 

 

Esta mañana lo enterraron. Allá en el viejo mausoleo de su familia. Te vestiste de negro. El vestido lo habías encargado hacía tiempo. Te lo mediste muchas veces. Le hiciste hacer un ajuste aquí, otro ajuste allá, un escote importante. Te pusiste un chal de encaje que más que ocultar, insinuaba; un sombrero negro y un velo. Te contemplaste en el espejo antes de salir: de frente, de perfil, de atrás. Perfecta.

 

Parada al lado de la tumba, sostenida por la mano de tu padre, no intentaste llorar, nadie te hubiera creído. Los nobles que rodeaban la tumba aparentando tristeza, quizás ya sospecharían, pero ninguno hablaría. A veces, en la corte suceden cosas que todos callan.

 

Recordaste esos días de tu infancia en que vos y tus hermanas debían mudarse a la casa de huéspedes. La Nounou, inseparable entonces, se mudaba con ustedes. Los profesores, sobre todo la vieja Madame Pointer, algo murmuraban de los «excesos» de tu padre. Y esa palabra te producía siempre una extraña curiosidad.

 

Un atardecer frío, sigilosa, escondiéndote entre los arbustos, te escapaste de la vigilancia de la Nounou y te acercaste a las ventanas del palacio. No recordás qué edad tenías, pero entendiste fácilmente qué estaba pasando. La imagen de tu padre con la copa en la mano y desnudo recostado en un sillón rojo del gran salón se empeñó en quedarse en tu memoria. Quiénes eran los otros (hombres y mujeres) que, también con sus cuerpos desnudos, bailaban al compás del timbal de un gitano, no los sabías. Pero sin duda, fueron estos mismos que hoy rodearon la tumba de tu marido. Y esa imagen de bordes imprecisos quedó centrada en el cuerpo desnudo de tu padre que, de a poco, se fue metiendo en tus sueños.  

 

Fue placentero el cosquilleo que estremeció tu cuerpo cuando tu padre, hace apenas un rato, al volver del entierro, despidiéndose en la puerta, te besó con tibieza en la boca. Y entonces riendo con esa risa tan suya te invitó al palacio. Lo habías deseado desde niña.

 

Esta noche bailarás desnuda.

Marìa Luisa Isabel de Orleans
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