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La Revista Cultural La Palestra Noticias es un espacio de encuentro para compartir el amor por el Arte, por el Deporte, por la Literatura, por la Salud, por los conocimientos de Astrología, por el Medio ambiente y su cuidado, por la cultura de cada Sociedad y su gente; por los viajes, la oportunidad de descubrirnos diferentes y semejantes.   

Enero de 2017

La Escalera

 

Por Gael Rocher

Tenía apenas diecisiete años cuando Jorginho Selarón, un joven aspirante a artista nacido en un pueblito de mierda de la Región de Valparaíso, decidió emprender un viaje alrededor del mundo. No era por placer, ni mucho menos para probar suerte, sino que se trataba de una búsqueda. En un viaje de chico a Buenos Aires, Selarón empezó a soñar con una escalera que lo llamaba. Recorrió cincuenta y siete países en busca de la escalera con la que se comunicaba todas las noches. Encontró muchas, pero ninguna era la indicada.

 

Ya abatido en su empresa, decidió volver a su tierra natal, previo paso por Río de Janeiro, donde había planeado quedarse dos noches. Paró en un hotelucho de mala muerte en el barrio de Lapa y, ni bien acomodó sus cosas, salió a recorrer los bares de la zona para disfrutar de las famosas caipiriñas. No tardó en caer ante los encantos de la ciudad; entre tragos y cervezas artesanales tampoco tardó en emborracharse.

Todavía con el cansancio del viaje, el sueño se apoderó de él en las calurosas calles de Lapa. Esa noche volvió a soñar con la escalera. Un susurro arrastrado por una dulce brisa matutina le dijo: “Terminó tu búsqueda, me encontraste”. Cuando abrió los ojos, cayó en la cuenta de que había pasado la noche al pie de la escalera que tanto había buscado. La escudriñó en detalle: de escalones aparentemente infinitos, ascendía desnuda. Automáticamente, mientras se restregaba los ojos incrédulos y escupía saliva pastosa propia de la resaca, una lágrima humedeció su mirada. Su búsqueda había culminado. No así los planes que la escalera le tenía preparado.

 

En la segunda noche, volvió a escuchar que le hablaba; le susurró que tenía que vestirla con su arte.

 

¡Pero si apenas puedo llamarme artista! Solo pinto azulejos, como muchos otros, Selarón le respondió intimidado por el pedido.

Sí, es verdad, pero vos sos el elegido para esta tarea; sos vos quien tiene que vestirme.

¡Esto es una locura, una obra de semejante tamaño me llevaría toda una vida!

Precisamente. Vestirme será tu obra maestra; para eso estás, dedicado a mí: tu obra.

 

Selarón largó una carcajada sarcástica y se despertó con el bullicio de los vendedores ambulantes. Otra vez se había emborrachado, y otra vez se había quedado dormido en los escalones de esa escalera infinita. Fue al aeropuerto para cambiar su vuelo y así disponer de algún tiempo para investigar sobre lo que le estaba pasando. Se tomó dos días, que serían aterradores.

 

Esa tercera noche conoció a una mujer que vivía en la Rocinha. Estaba embarazada. “Una mujer realmente hermosa”, pensó. A pesar de las barreras del idioma, lograron entenderse y relacionarse de una manera increíble. La noche transcurrió bajo el encante de Río de Janeiro, hasta que la mujer se despidió y emprendió viaje rumbo a su casa bamboleando su panza. Una vez más, Jorginho se emborrachó y cayó dormido al pie de la escalera que, en sueños, le volvió a hablar. Ya no era un pedido; era una amenaza:

 

Van a pasar cosas terribles si no cumplís con tu cometido, y vos vas a ser el culpable. Tu obra te lo pide, a ella le debés tu existencia.

 

Esta vez, la carcajada que dejó escapar tenía un dejo de nerviosismo por el horror que le generaron esos reclamos. Las voces de los vendedores ambulantes volvieron a despertarlo. Se fue a caminar por la playa, encontró un puesto de comida donde compró un asaí y un brigadeiro y, mientras miraba pasar los aviones que se escondían detrás del Pan de Azúcar, sintió que la escalera lo llamaba. A pesar del calor del sol, un escalofrío recorrió toda su espalda. Estaba espantado, a punto de perder la cordura: “Me estoy volviendo loco; ahora la escucho despierto”.

 

El vuelo que lo llevaría a Chile, su país natal, salía al día siguiente, y pensaba que esa pesadilla se terminaría pronto. Había trabajado incansablemente en Europa vendiendo cuadros y cerámicos pintados, lo que le había permitido financiarse su larguísimo viaje, pero ya se le estaba terminando el dinero. Además, no podía esperar a llegar a Chile para reencontrarse con sus amigos y familia e iniciar nuevamente su vida. Es verdad que había pasado la mitad de ella viajando y disfrutado muchísimo, pero ya sentía la necesidad de asentarse, de volver a su hogar, al menos, por un tiempo.

 

Ansioso por la vuelta, decidió dar un último paseo por la ciudad. Sin saber cómo, llegó a la escalera. No podía creer lo que estaba viendo: la mujer que había conocido la noche anterior estaba tirada, muerta sobre la escalera. Instintivamente, corrió a abrazarla, para intentar reanimarla, pero no había caso: tenía el cuerpo amorotonado y de la cabeza le brotaba un chorro de sangre oscura que se derramaba como cascada siniestra por los escalones. Esa misma noche volvió a emborracharse y a dormir donde había encontrado a la mujer, recostado sobre la sangre ya seca.

 

Si no cumplís con tu tarea, esto va a seguir pasando. Todas las personas que hayas conocido en este lugar correrán la misma suerte que esa pobre mujer. ¿Estás dispuesto a seguir manchando tus manos de sangre?

Ya no rió. Esta vez despertó llorando muerto de miedo. Ese mismo día comenzó su trabajo. Como todos, necesitaba dinero, entonces se puso a vender azulejos pintados. Con la ganancia, comía, pagaba la ducha de un hotel y lo que restaba lo invertía en la obra. No necesitaba hospedaje: dormía en la escalera.

 

Dejó de soñar; sentía que estaba en tregua. Pintaba azulejos rojos, como los colores de su bandera; otros, verdes, amarillos y azules, para ganarse la simpatía y la aprobación de los lugareños; muchos estaban destinados a aquella mujer de la que se había enamorado. Cuando se cansaba de pintar, compraba azulejos con diseños de diversos lugares.

A medida que avanzaba la obra, se hacía más conocido. Pronto, dejó de tener que comprar cerámica porque recibía como regalo azulejos de los turistas que visitaban su obra en la escalera. No tardó en ganar cierta fama en todo el país. Comenzaron las entrevistas, las muestras de arte y las fotografías. De la misma manera, a medida que iba ganando notoriedad, se volvía cada vez más arrogante y celoso de su obra. No dejaba que nadie durmiera en la escalera. Se sentía más importante que su creación. Él mismo ya no dormía sobre ella, sino que había alquilado una casa contigua a la escalera, a la mitad de esos infinitos escalones; dentro mostraba sus otras obras de arte.

 

Su rutina diaria consistía en sentarse en uno de los peldaños, a la altura de su casa, y charlar con los turistas.

 

 Soy el chileno más famoso del mundo -decía a quién quisiera escucharlo porque mi obra está en la ciudad más famosa.

 

Según él, había elegido Río para vivir porque era el mejor lugar del mundo, y afirmaba que ya no sentía ganas de viajar. Por supuesto, aprovechaba su charla para promocionar sus cuadros, y se había vuelto muy bueno en eso. Vendía miles de sus obras. Empezó a creer que todo se debía a su talento y esfuerzo, y que los sueños, la mujer embarazada, la sangre y todo lo relacionado con los susurros y las amenazas eran parte de una pesadilla pasada.

Fotografía La Palestra Ediciones

Fue en ese momento en el que comenzó a soñar de nuevo:

 

Lo que importa es la obra; las personas son intrascendentes, mueren sin dejar rastro, día tras día, azulejo tras azulejo.

Fotografía La Palestra Ediciones

Despertó agitado. Había orinado la cama. Se levantó y se miró al espejo después de muchísimo tiempo. Notó su prominente abdomen y su pecho cubierto por pelos blancos, todo sostenido por unas piernas flacas como escarbadientes. Le llamó la atención la falta de musculatura a pesar de subir y bajar escaleras todo el día. Alzó la mirada y vio un viejo canoso en cabeza y bigotes, pelado y arrugado. Tuvo que hacer cálculos para darse cuenta de que había superado la barrera de los sesenta. “Estoy viejo. ¿Cuándo pasó esto? Y para colmo me meo encima”.

 

Pensó en su vida, dedicada a la obra, pensó en la mujer y en los vendedores ambulantes. Recordó a su madre y a los amigos de la infancia. Ya no recordaba sus rostros, había olvidado sus sonrisas, sus voces y su canto en la tonada, la ropa que usaban y la manera de caminar. La gran mayoría había muerto. “Son polvo, solo recuerdo sensaciones y, cuando muera, no quedará nada de ellos. De mí, tampoco. Habrá anécdotas modificadas, me inventarán romances y desdichas, y hasta habrá gente que escriba sobre mí sin tener la menor idea de quién soy. Solo quedará la escalera”.

 

Es hora de mutar- le susurró la escalera al oído esa mañana frente al espejo. Necesito sentirme viva. Ahora, que ya me vestiste, tenés que ir cambiando de lugar los azulejos.

Esto es una locura. Quiero volver a mi país, la obra está terminada, dejame en paz.

¡La obra no se termina hasta que yo lo diga!

Al día siguiente, comenzó a intercambiar los azulejos de lugar. Ahora solo salía de su casa para trabajar; estaba deprimido y ya no charlaba con los transeúntes. Así volvieron a pasar uno, dos, tres años y Jorginho no se tomó ni un solo día de descanso. Una tarde, tropezó y cayó siete peldaños. Mientras intentaba incorporarse, suplicó:

 

Ya es suficiente, no puedo más, ¡basta ya!

 

Subió rengueando como pudo hasta su casa, se duchó, cayó rendido sobre la cama y lloró hasta quedar dormido.


— La obra no está terminada, yo decidiré cuando esté lista.

 

A la mañana siguiente, comprendió que, si no hacía algo, estaba condenado a morir en esa escalera. “Tal vez, si la destruyo, pueda escapar”. Compró un bidón de tíner y un encendedor. “Solo tengo que cubrir los escalones con diluyente, el fuego borrará la pintura de los azulejos y quedará todo negro”.

 

Jorginho Selarón fue encontrado el 10 de enero de 2013 muerto al pie de la escalera, su cuerpo magullado y cubierto por quemaduras. Aún se desconoce el motivo de su muerte, aunque las investigaciones apuntan a un caso de suicidio. Todos los cariocas, gran parte de Brasil y turistas del mundo lamentaron su muerte, una o dos semanas.

Jorginho Selaron (1947-2013) 

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