La Revista Cultural La Palestra Noticias es un espacio de encuentro para compartir el amor por el Arte, por el Deporte, por la Literatura, por la Salud, por los conocimientos de Astrología, por el Medio ambiente y su cuidado, por la cultura de cada Sociedad y su gente; por los viajes, la oportunidad de descubrirnos diferentes y semejantes.
22 de mayo de 2017
El idioma del té
Por Clara Cinto Courtaux
Llegamos a Estambul, llegamos desde Bali, después de mil horas de viaje, después de dos escalas (una de ellas de nueve horas en El Cairo); tiempo devorado por el aire y las diferencias horarias…
Aterrizamos a la hora pico de la tarde, así que tardamos más de una hora en llegar al hotel. Recordando el tráfico de Sao Paulo e intentando charlar con el taxista, empezamos a descubrir esta ciudad caótica, lindísima, repleta de mezquitas: europea, pero con su porción de Asia en evidencia, no por nada se la considera transcontinental.
Istanbul es la tierra del té, o sea mi paraíso. Turquía se saborea a cada paso. Las calles de Istanbul están repletas de mesitas enanas donde cualquiera puede sentarse a tomar chai, o sea té. Y no me refiero a barcitos con mesas afuera, sino literalmente a mesitas en la vereda, miles de ellas con su copón de terrones de azúcar en el centro y banquitos a su alrededor.
Una noche, en una de esas mesas conocimos a Resh (así sonaba aunque creemos que su nombre es Greg). Era domingo y habíamos comido unos choclos de los carritos de Sultanahmed. La noche estaba divina aunque algo fresca por lo que decidimos tomar un té antes de volver al hotel. En la esquina del Gran Baazar hay toda una vereda copada por estas mesitas y sus bancos. Ahí nos sentamos, y ahí nos encontramos con Greg: un turco de ochenta y cuatro años. Él no hablaba inglés y nosotros no hablamos turco, claro está, pero asistidos por señas y dibujos en el aire, de a poquito, entre sorbos de té empezamos a comunicarnos. Fueron fluctuando la concentración y las risas, las interpretaciones y el placer de dialogar con el cuerpo: con las manos, con los ojos, con las bocas y las expresiones más efusivas, Greg nos contó de su mujer y de sus hijos; nos preguntó por los nuestros; nos contó de su infancia y de sus costumbres. O al menos eso entendimos entre chai y chai, intentando compartir la vida desde el lenguaje sin lengua, abriendo ojos y corazón para entendernos.
Los días en Istanbul fueron literalmente exquisitos, plagados de manjares turcos: baklava, humus, falafel, baba ganush…; inmersos en esta ciudad que tiene la prolijidad y el funcionamiento de Europa, pero envuelta en un manto asiático que hace la combinación perfecta. Para nosotros esa fue la transición de los meses de Asia, al paso siguiente que sería Europa.
Goreme y Éfeso
Volamos en globo desde Goreme y aprendimos que Capadocia es la región y no una ciudad en concreto.
Volar en globo aerostático fue alucinante. Entrar en esa canasta gigante, oír la llama y sentir el calor del fuego calentando el aire y llenando el globo… Sentir que los pies se despegan de la tierra, que ya no hay suelo debajo, no hay nada. Subir y subir, un metro por segundo, hasta ver la Capadocia desde arriba. Cada roca, cada cueva, todas las rutas, los recovecos, y los otros globos también alzándose en el aire, todo acompañado de un silencio infinito. El silencio de la inmensidad, de cada uno de nosotros disfrutando ese instante, maravillados, sorprendidos, entregados a la altura, a volar sin encierro. Y respirar; respirar a seiscientos metros del suelo. Vimos amanecer desde el aire, mientras Hazim, el piloto, hacía chistes y nos mostraba los distintos valles de Capadocia. Amamos volar en globo. Tanto que al día siguiente nos levantamos a las cuatro de la mañana solo para ir a verlos despegar.
De Goreme partimos a Éfeso en bus. Allí está la casa en donde vivió la Virgen María luego de la muerte de Jesús. Movidos más por la intriga y el interés histórico que por lo religioso, fue lo primero que visitamos al llegar. Y resultó una experiencia profundamente movilizante. Será por la espiritualidad que se respira, será por la presencia de la Virgen, será por la fe de tantas personas que pasan por allí, o por todo eso junto… Pero realmente despertó nuestros corazones y nuestra emoción.
El sol rajaba la tierra, y ese calor intenso se colaba debajo de la piel, pero las ganas pudieron más. Caminamos y caminamos, entre las ruinas, la escritura grabada en las piedras, la historia viva y reviviendo en cada espacio con la narración de las murallas y las columnas caídas, lo que cada rincón tenía para contarnos.