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19 de junio 2017
Empezar de nuevo, ¿y por qué no?
Por Carla Ferracini
En este mismo instante, mientras tomo el café, me di cuenta de que, sin querer queriendo, estoy absorbiendo esta costumbre italiana de tomar un café al paso para comenzar el día. Y también, de que no he dicho ni una palabra en español. Me sonrío a mí misma con un poco de orgullo por todo lo que venía sucediendo en Roma. Pago el café y salgo hacia el laburo.
Mi partida de Buenos Aires no fue una decisión que tomé de un día para el otro. Fue más bien una necesidad y un deseo que se fue macerando y creciendo con el tiempo. Me mudé a Buenos Aires a los dieciocho años. Oriunda de Resistencia, Chaco, crecí al lado del río, escuchando los grillos, saliendo a remar desde pequeña con mis padres; a la naturaleza la siento en las venas. Toda mi infancia fue a su lado. Cuando llegué a «la gran ciudad» estaba fascinada con todas las posibilidades que brindaba, pero al mismo tiempo ya sabía…, ya sabía que no era el lugar adonde querría vivir toda mi vida. Pero en ese momento, esa ciudad me dio todo lo que necesitaba explorar.
Ya desde chica— siempre— mi gran motivador fue la curiosidad. Quería conocer. Quería aprender. Quería ver, escuchar, sentir, vivir más. Y mis padres también lo incentivaron. Desde los diez años en adelante probé todo lo que me hubiera generado curiosidad: hice cursos de cocina, de fotografía, de batería, de percusión, percusión corporal, danza, entrenamiento físico, yoga, de anatomía, de ajustes, de comida vegana, idiomas… Aprendí a darle forma al amor por la naturaleza: mucho kayaking, buceo, senderismo, incluso, alguna vez, surf.
En Buenos Aires, mi rutina diaria era la práctica personal de yoga, dar clases de ashtanga en dos escuelas y algunas clases privadas. Muchas cenas con amigos y alguna otra actividad de hobbie. En algún punto del año pasado observé que las razones por las que seguía viviendo ahí se disolvían. Nada me ataba a esa ciudad, y quedarme sólo por mis vínculos no me parecía razón suficiente. Me sentía estancada. Viviendo una vida —buena— que en algún momento me había impulsado, pero ya no, ya no iba más. Tampoco estaba acorde con mis búsquedas personales. Mi corazón me pedía a gritos un cambio y por mucho tiempo no lo supe escuchar. Así fue que en un momento me dije: «Basta, soltalo, que ya está». Y compré un pasaje de ida a Italia.
Cuando por fin asumí esa decisión algo se liberó. Solté todas esas imposiciones sociales, culturales, laborales, y familiares (tanto mías como de otros) y solté también las expectativas de lo que TENÍA que ser mi vida. En ese salto al vacío, que no sabía hacia dónde me llevaría, ni qué me esperaría, sentí una certeza absoluta. Hoy corroboro que hay que aprender a ser sensible con uno mismo y escuchar la propia intuición que siempre sabe el camino.
Llegué a Italia sabiendo algo (muy poco) de italiano. Me daba mucha vergüenza hablar en grupos grandes, pero en algún momento me obligué a hacerlo. Fue reconocer que tenía que transformar esa vergüenza en otra cosa, en una posibilidad de ser estudiante, de equivocarme, y de aceptar que, si tanto me interesaba aprender el idioma, tenía que traspasar esa barrera que me había auto-impuesto.
Encontrarte en otro espacio ajeno al propio, con otras costumbres, otro idioma, otra ciudad, perderte tantas veces, volver a encontrarte, son situaciones que te ponen a prueba para ver de qué estás hecho. Y utilizarlas como reflejo para ver cómo sos capaz de desenvolverte y de servirte a tu favor de cualquier cosa que se presenta, devela la capacidad para saber cuándo y cómo adaptarte y también, cuándo no es adaptación sino un momento potencial para transformarte.
Ya hace ocho meses que estoy viviendo en Roma. Estoy lejos de sentirme completamente asentada, pero consciente de todo lo que ha comenzado a transformarse en esta ciudad. Sin buscarlo intencionalmente, muchas de esas situaciones estancadas de mi vida comenzaron a moverse. En mi práctica personal de yoga se generó una entrega con una intensidad que antes no había. Agradezco a los profesores que me contienen en este nuevo proceso. Más vulnerable, sí, pero al mismo tiempo aprendí (acá) cómo utilizar esta vulnerabilidad como fortaleza.
Y esta entrega no sólo sucede en la práctica, sino que la he observado en varios ámbitos. En muchas situaciones inesperadas. La pregunta es: «¿Y por qué no?»; así se fueron (y siguen) abriendo oportunidades: conseguí trabajo. No solo eso, sino que mi primer trabajo en Roma es de lo que amo hacer, en una escuela de yoga que me incentiva y me ha hecho sentir como en casa; por primera vez pude dar una clase completa de ashtanga en inglés. Y hace poco una colega me pidió que la cubriera en su clase. Le respondí que sí, que obvio que sí (la clase fue un menjunje de inglés, español e italiano). Ahora, con ella, estamos armando un workshop. Pude conocer a una gran profesora, Tina Pizzimenti; después de diez años volvió a nevar en Roma, y no había terminado de salir de casa que mi vecino de diez años me declaró la guerra (que claramente ganó tras avallasarme con una lluvia de bolas de nieve); después de cinco años, en otro país, me vuelvo a enamorar de un italiano. Y en breve se realiza un evento donde fui invitada a una performance de body painting. ¿Y por qué no? Creo que irme fue necesario para generar esta apertura.
Claro que existen los altibajos. Los cambios son muchos y a veces abruman. Pero, por suerte, agradezco tener herramientas que me permiten sostener el eje en esos momentos, y aceptarlos como parte de todo lo que estoy viviendo.
Aún hoy, la curiosidad es lo que me moviliza. Por eso me muevo. Por eso busco, profundizo. Creo que la curiosidad lleva a aprendizajes. Nos lleva a transformar una parte de nosotros. Pero tenés que saber guiarla; tiene que ser un detonante, sí, pero a algo que te enriquezca como persona, como ser humano, que te enriquezca en experiencias.
Hoy día me reconozco creadora y responsable de la vida que quiero para mí. Pero al mismo tiempo reconozco que existe un balance entre lo que construyo y lo que el Universo tiene planeado para darme.
Si sos consciente de ésta danza, sos capaz de ver como todo cae en su momento y lugar justo.