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13 de julio de 2016

Dante a cada paso

Un viaje en donde Dante está presente en una Europa antigua, y en la contemporaneidad del presente. El arte de reencontrarnos con el Arte.

 

Por Analía Skoda

Nadie vuelve igual después de un viaje. Y esta visita a Italia no fue la excepción. Además todo viaje tiene algo significativo si las experiencias vividas se convierten en buenas historias.

 

Visitar este país europeo es inolvidable por los paisajes, la comida, los museos y su historia entre muchas otras cosas. Antes de irme podía imaginar que sería un destino diferente, pero cuando la realidad supera un sueño y un objetivo, queda un gustito especial en el corazón. Parte de esta expectativa se la debo a un escritor, Dante Alighieri. Conocer la Florencia de Dante es algo que me va a acompañar por siempre.

Mi travesía por Italia comenzó bien al norte, en Venecia. Cualquier adjetivo que se pueda pensar sobre esta ciudad (¿laberíntica? ¿Atrapante? ¿Decadente? ¿Legendaria?) es poco; quizás es todo junto. Luego, llegó Verona, con su parada obligatoria en “la casa” y “tumbas” de Romeo y Julieta. Y antes de concluir el viaje en Roma, llegué a Florencia.

 

Viéndolo en perspectiva, en esta ciudad se podría resumir lo que más me emocionó de las otras. Allí me deslumbré con sus edificios, como la catedral Santa María del Fiore y la impresionante cúpula de Brunelleschi, los museos inabarcables, como el Uffizi, la vista desde el Ponte Vecchio, y los fideos con salsa de trufas. Satisfechos todos los sentidos.

 

Entre tantos puntos marcados en el mapa que indicaban las cosas para ver y hacer, no podía dejar de visitar la casa de Dante.

Después de perderme un rato entre las calles, encontré un busto con la imagen del escritor. La mirada firme y la nariz aguileña eran inconfundibles. Sólo tenía que doblar en la esquina de la calle. El edificio –una reconstrucción de una casa del siglo XIV– contaba con tres pisos en donde se puede conocer datos de la vida del autor, como su relación con Beatriz, su eterno amor, el árbol genealógico de su familia, un anillo con el emblema familiar, el contexto histórico, su compromiso político, su máscara mortuoria, e imágenes y ediciones especiales de su poema.

 

Algunos carteles tenían fragmentos de La divina comedia, y mientras los leía, me acordaba de la primera vez que me crucé con esa obra colosal. Enamorarse de la sonoridad de le lengua italiana es inevitable mientras se recorren los versos de Dante. Como con otros clásicos, me encontré con escenas increíbles, pero también con zonas oscuras para interpretar. Es que la ambición del poeta al atravesar el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso era enorme. La obra incluye personajes históricos, la visión del universo medieval, la doctrina católica y su interpretación del amor. Además se nota su decepción y esperanza por el destino de Italia. Un viaje a lo desconocido, casi casi como el mío.

 

Sobre el final del viaje, me aguardaba la última sorpresa en relación al poeta florentino. Ya en Roma, reservé un día para visitar el Vaticano y su museo. Dedicarle menos tiempo es un desperdicio. Una de las paradas obligatorias en ese museo es “La Estancia de Rafael”, cuatro habitaciones decoradas con los frescos de Rafael. Allí, junto a la famosa imagen de la Escuela Atenas –que representa la Verdad–, me encontré con otro fresco con las figuras de Homero y Dante, poetas que representaban la Belleza.

Luego recorrí un extenso pasillo con nombres de grandes personajes de la historia de Italia grabados en diferentes arcos. Aunque ya estaba algo cansada para leer nombre por nombre, increíblemente mi mirada se terminó cruzando con el de Dante, que está al lado de otro reconocido poeta italiano, Petrarca. Ineludiblemente, el afamado escritor me perseguía.

 

La experiencia que tuve en el Museo Vaticano ejemplifica mis sensaciones sobre la figura de Dante. El escritor tiene un lugar privilegiado en el imaginario italiano, no sólo por su aporte a la cultura, sino a la identidad del país. Encontraba su nombre e imagen en las calles, edificios, remeras, muñecos, pinturas, supermercados, restaurantes, estatuas y monedas. Es que mientras otros autores son discutidos y olvidados, Dante por siempre va a ser reconocido por su trabajo literario. Y, en cierta forma, ver la trascendencia de una obra que yo también reconocí como imprescindible en su momento, es otra razón por la que nunca voy a olvidar mi viaje a Italia.

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