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8 de octubre de 2015

El honor en la función pública

 

Por Dr.Juan Manuel Bayá

Ante la aparente incongruencia de este título, hoy en día y en este país,  seguramente la mayoría pasaron de largo esta nota… gente de poca fe. Para los inocentes, curiosos, idealistas, esperanzados, o tal vez algún memorioso, a todos aquellos que hicieron click para abrirla, primero me gustaría definir este enunciado.

 

  • Honor: según la R.A.E. (Real Academia Española)

  1. m. Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.

  2. m. Gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea.

 

  • Función Pública: según ley 25.188 “LEY DE ÉTICA DE LA FUNCIÓN PUBLICA”

Se entiende por función pública, toda actividad temporal o permanente, remunerada u honoraria, realizada por una persona en nombre del Estado o al servicio del Estado o de sus entidades, en cualquiera de sus niveles jerárquicos.

 

Ahora entiendo un poco a los que pasaron por alto esta nota porque cualidad moral, buena reputación, virtud, etcétera, no son características que se vean o resalten –últimamente- en la función pública.

Hoy me cuesta distinguir si esta premisa es solo una fantasía perversamente arraigada en mi cabeza, o un recuerdo muy lejano de algo que tuve la oportunidad de vislumbrar en mi infancia. Cuando de chico escuchaba hablar de un Presidente, un Senador, un Diputado o de un Juez; o cuando tenía la oportunidad de ingresar a una oficina de la Administración Pública (cualquier dependencia), me invadía una sensación de respeto y admiración. En esos lugares trabajaban personas que se preparaban y perfeccionaban para poder servir a las necesidades de los ciudadanos, sus vecinos, al conjunto de personas de su pueblo, de su nación. Creía que eran personas especiales, y entendía que era una posición de honor trabajar para el Estado (comprendo si al que lee se le escapa una carcajada). Para ocupar estos puestos, había que prepararse y capacitarse para poder enfocarse en la búsqueda de un bien mayor, más allá de solamente los intereses individuales. Al ejercer este tipo de compromisos (y por asumir las responsabilidades que afectaban a otros ciudadanos), obviamente se gozaba de ciertos beneficios (una remuneración acorde a la preparación, tiempo de descanso suficiente, el respeto a la investidura, etcétera), lo cual parecía más que entendible y correcto.

¡Qué poco de eso se ve hoy en día! Hace años que tenemos dirigentes que, a mí entender, jamás vieron a la función pública de esta manera: como un servicio hacia un bien mayor, enfocado hacia los demás. Aunque en contraposición, sí lo han entendido y utilizado para un bien mayor personal, o varios bienes. No quiero decir que no existen funcionarios que comprendan y apliquen el «honor en la función pública», porque estoy seguro de que los hay; de hecho sé fehacientemente que es así, porque tuve la oportunidad de conocer algunos. Obviamente se trata de personas que han sido «corridas» de sus funciones y trasladadas hacia lugares en donde «incomodarían» menos; otros con carreras prometedoras coartadas por intereses corruptos, y desviados elegantemente hacia cargos «importantes», lejos de un destino que podría haber marcado una diferencia.

 

La desidia es la palabra que mejor define la actitud y la atmósfera que se respira hoy en la gran mayoría de las dependencias públicas. Básicamente, pareciera que ¡a nadie le importa un carajo! Me corrijo, no es a nadie, porque sé que hay funcionarios comprometidos, pero ya ni siquiera luchan contra molinos de viento (ojalá). En cambio, hoy se encuentran solos, rodeados de un gran desierto, viendo desesperanzados como todo se dirige hacia la nada.

Nos esperan años complicados, los venimos viviendo desde hace mucho tiempo. Dirigentes que apuestan al embrutecimiento y la involución a través del adoctrinamiento estéril; maniobra que les permite un dominio más fácil sobre las personas… Vivimos en la dictadura de la democracia ultra socialista, si es que esa frase tiene algún sentido. Parece que a nadie le interesa el desafío de apostar al crecimiento y desarrollo a conciencia de los habitantes de esta Nación. Temas como educar, orientar, enseñar a superarse y aportar más opciones a las generaciones futuras pareciera que no cuentan con buenos publicistas. ¿Será que no vende? Yo creo que es miedo, miedo al cambio, a la incertidumbre de ser mejores, de crecer y evolucionar positivamente.

 

Desde niña esta Nación creció con el contrabando, la corrupción y la soberbia. ¿Acaso tuvo posibilidades de elegir? Sí, seguro que sí, es cuestión de analizar el contexto y ver qué se eligió y cómo se llevó a cabo, porque las consecuencias las estamos viviendo ahora. Si queremos algo mejor, habrá que elegir mejor, elegir a conciencia y actuar en concordancia.

 

Para crecer hay que abandonar la sensación de seguridad y estabilidad que nos aporta lo ya conocido, y aceptar el desafío de descubrir el verdadero potencial, apuntando hacia nuevos horizontes. Dentro de poco tiempo vamos a tener la posibilidad de elegir (otra vez), y poco tiempo después se va a presentar la oportunidad de romper con las estructuras de esa infancia carente que tuvimos como país. Abandonar las concepciones pasadas, restructurar y regenerar nuestra relación como pueblo y como país, renovando las relaciones entre nosotros, el pueblo, y con los gobernantes; enfocándonos en un crecimiento que si bien nos va a llevar tiempo, puede ser más que fructífero. Este puede ser el panorama. Pero el período de transición y restructuración, de cambio de esos paradigmas tan enraizados, puede ser un proceso doloroso y difícil. Es la oportunidad que tenemos como país para dejar la adolescencia rebelde y asumir la joven adultez, trabajando a conciencia, con proyección y afán de llegar a una adultez con bases sólidas, y mejores oportunidades futuras.

 

Para esos honorables funcionarios públicos que resisten a la desidia y trabajan con el afán de alcanzar un bien mayor, ¡RESISTAN Y CONTAGIEN!, son el último bastión de valores para una patria sana. Y para aquellos que durante muchos años sembraron esos valores, predicando con el ejemplo y entereza: 

¡GRACIAS!

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